El ser imperfecto en el área de trabajo
Recuerdo de mi tierna infancia aquellas mañanas viendo La casa de la pradera en la tele. Charles Ingalls, que rebosaba amor por cada poro, sufre en sus carnes todo tipo de contratiempos: vive en la pobreza, su tío le deja una herencia que no vale nada, una hija se le queda ciega, se le muere un nieto en el incendio de la escuela de la hija… Pero ahí estaba, aguantando la situación. Quién me pone la pierna encima para que no levante cabeza, se preguntaría, discerniblemente confuso.
Lo que es seguro es que nuestro querido Charles, tras arar campo desde que el gallo canta hasta que el sol se larga, adquirió una serie de conocimientos que no aprendió de ningún curso de coaching ni leyó en un libro de cómo ser el empleado del mes siendo tú tu único empleado. Lo aprendió con el trabajo por delante y a palos.
En los últimos tiempos, por motivos de un proyecto en el que participamos (ya hablaré un día de él, quizás), he tenido que instruirme en el arte de la creatividad y la innovación, lo que significa tener que leerme un puñado de libros, guías y tesis sobre qué es y cómo potenciarla al máximo y cómo hacer que tus empleados sean Walt Disney para que produzcan igual sin tener que trabajar como Kunta Kinte. La mayoría de dicha documentación nos habla de las grandes características que nos permiten potenciarnos como seres humanos para alcanzar nuestro Valhalla interior y llegar a la perfección espiritual y someter a la humanidad a nuestrar superioridad existencial. Relleno y pedantería, vamos. Eso sí,un factor común de todo lo que he leído sobre buenas prácticas: no había nada, absolutamente nada, sobre malas prácticas.
¿Cómo puedo ser el mejor en algo si no sé cómo ser el peor? No concibo una guía completa de nada si no me enseñan a hacerlo mal. ¿Cómo sé que no la estoy cagando, si no sé qué es errar? ¿Cómo sé si soy un buen profesor, si sólo he leído cómo hacer las cosas bien pero no sé cuáles son las que me convierten en un pésimo profesor? ¿Por los resultados? ¿Y cómo sé que esos resultados no son el mínimo obtenible?
Como es muy probable que no seamos perfectos ni gocemos de todas las habilidades del perpetuo empleado del mes que estos libros tan perifrásicos nos presuponen, me gustaría hablar de algunos de los defectos de los que a veces (nos dicen que) adolecemos y qué podemos hacer con ellos.
La capacidad de equivocarse
Seamos sinceros, de hacer algo bien se escribe un libro, ¿pero de hacerlo mal? De hacerlo mal se llenan estanterías, se abarrotan hemerotecas y Martin Scorsese te hace una película donde le pegan un tiro en el pie al camarero.
Recuerdo mi primera semana de becario aquí, cuando aún la infraestructura informática de la empresa era casi inexistente. Mi primera tarea consistía en migrar lo que teníamos (el blog y una plataforma Moodle) a un hosting nuevo, y actualizarlos a las últimas versiones. Moodle usaba la versión 1.8, de cuando Perdidos aún se emitía, y mi trabajo era actualizarlo a la 2.4, pasando por la 1.9, 2.0, 2.1, 2.2 y 2.3. Me tiré la semanita entera pasando de una en una cada versión encontrándome un problema detrás de otro que tenía que solucionar antes de saltar a la siguiente versión. Cuando ya voy por la 2.2 o así me doy cuenta de que he metido la pata hasta el fondo en la actualización y de que voy a tener que repetir el proceso… entero. Eso sí, esta vez actualicé todo en una mañana.
Ahora mi conocimiento sobre la instalación y mantenimiento de Moodle no se limita a «subir Moodle, instalar Moodle», sino que conozco un abanico de posibilidades para subir una copia de Moodle de la forma más rápida posible y conozco qué procedimientos y precauciones tengo que tomar para que el maldito software de marras, que es problemático hasta la exasperación, funcione.
Mi base de conocimiento es así: ninguna materia es conocida para mí a menos que sepa de un conjunto de errores, problemas y caminos alternativos que me ayuden a superar cualquier problemática encontrada.
No tengáis miedo a cagarla, porque de ninguna otra forma vais a aprender más.
La impaciencia
La paciencia es la madre de la ciencia. La paciencia te lleva al éxito analizando cada parte del problema como un problema independiente sin sentirte presionado por el tiempo.
La impaciencia hace lo mismo pero más rápido.
A veces tenemos un problema en algún sistema que estamos manejando, o algún código que estamos programando, y sabemos que podemos «arreglar» ese problema forzando dicho sistema. Lo que se llama una chapuza, vamos. Pero sabemos que usando dicha chapuza vamos a limitar la reutilización de dicho sistema para otro propósito pues el arreglo hecho sólo sirve para el caso en el que estamos, y que la solución correcta sería una genérica que funcione para casi cualquier caso que se vaya a dar. Entonces miras el reloj, miras la pila de trabajo que te queda y recuerdas que tienes el último capítulo de Juego de Tronos bajado y a la voz de «al carajo» procedes a completar tu encargo con esa solución que hace esputar espuma a tu consciencia.
No confundamos la impaciencia con ser un cutre. Si tu paciencia es infinita, y también la es la de tus jefes, tus clientes y tus facturas, entonces date con un canto en los dientes. Como programador que soy aprecio el código que pico como si fuese mi descendencia, y me muerde en mi interior tener que recurrir a veces a hacks, que les llamamos en el mundillo, para tener algo a tiempo, pero aún en el 2014 los días siguen siendo de 24 horas y ya a mi edad no me crecen más brazos.
El tiempo es oro, y desaprovecharlo puede llevarnos al hastío y a desmotivarnos. Siempre podremos revisar eso que hicimos cutremente y corregirlo (spoiler: no va a pasar, tras un tiempo te vas a olvidar y te va a dar igual).
La monotarea
O la facilidad para perder la concentración. A veces estoy trabajando en un pedazo de código enorme y si paro durante 10 minutos para atender otra tarea entonces a la vuelta pierdo por completo el hilo de lo que estaba haciendo. Y esto es perder el tiempo y el tiempo es oro.
¿Mi solución? silenciar el móvil, desactivar las notificaciones del correo, ignorar todo, y con el culo clavado en la silla trabajar como si el Ragnarok se hubiese llevado al resto de la humanidad.
Luego puedes llevarte el susto cuando veas que tus compañeros de trabajo han tenido un ataque de sobreproductividad japonés y te han mandado ciento cincuenta correos preguntándote qué tiempo hace o por qué los fondos de la empresan ahora los gestiona el Banco de Nikolai. Eso ya será un problema para luego.
En mi opinión, dos brazos, un cerebro y mucho trabajo que hacer: mejor hacerlo bien de uno en uno que hacer mal todos a la vez.
Para finalizar…
Nadie es perfecto. No tenemos todas las cualidades que los libros esperan de nosotros. Nos cansamos, nos agobiamos, nos estresamos, nos cabreamos y nos picamos, y queremos pasar página y terminar un encargo sí o sí. Y al final por más que intenten ensalzar tus virtudes lo que realmente tienes es tu trabajo y tú, con tus virtudes y tus defectos. Carretera y manta.
Borja V. Muñoz
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Nunca lo había enfocado de esa forma, es muy cierto que de poco sirve leer libros o seguir consejos estereotipados cuando tienes un montón de trabajo y los plazos de entrega se acercan…
Muy buen artículo, ¡me ha encantado!